En 2003, Cavit Altunay, entrenador del Galatasaray, vio en el periódico que había un gigante de 2,42 metros y 20 años viviendo en una aldea entre Turquía e Irak. Fue por él, habló con su padre y se lo llevó para intentar que fuera jugador de baloncesto. No lo consiguió. Hoy, ese chico, Sultan Kosen, es oficialmente el hombre más alto del mundo, pero sólo puede caminar apoyado en unas muletas.
Seré una estrella del baloncesto", declaraba Sultan Kosen al periódico turco 'Hürriyet' en enero de 2003. La información se ilustraba con la foto del chico con un balón de baloncesto: sin saltar llegaba al aro. Acababa de llegar desde su aldea, Kiziltepe, a Estambul, una ciudad que había visitado dos veces, pero sólo para que lo viera un médico: únicamente conocía el hospital.
Kosen, el menor de cinco hermanos, sufría de un crecimiento descontrolado. No caminaba completamente erguido, pero el Galatasaray tenía un plan: en un año, lo harían jugador. Los primeros exámenes decían que era 'recuperable' para el deporte. Tenía sólo 20 años. "Llegará a medir 2,47 metros y haremos de él un jugador. De momento no sabe nada de baloncesto porque nunca jugó, pero tenemos tiempo", declaraba Altunay, el descubridor. "Vendrán a verlo desde todo el mundo. El Galatasaray y la selección se beneficiarán de él", añadía. De todas esas predicciones, sólo una se cumplió: la de que mediría 2,47.
El resto de vaticinios nunca ocurrieron. Como cuenta a MARCA.com el periodista Senhan Bolelli, corresponsal en España de la Agencia Anatolia, "al poco tiempo se dieron cuenta de que nunca podría jugar. Era físicamente imposible".
En el momento en que fue descubierto medía cinco centímetros menos que ahora (exactamente le dan 246 centímetros y medio) y era 'sólo' el tercer hombre más alto del mundo. Esta semana lo han nombrado el primero, además de las manos y los pies más grandes. Camina apoyado en unas muletas y reconoce que ha tenido "una vida difícil" por su tamaño.
El Libro Guinness lo coronó como el ser humano más alto de la actualidad y lo presentó en Londres. Con 26 años prevé una vida corta, pero de momento tendrá fama y algo de dinero. Lo que nunca pudo darle el baloncesto.