Aquí tienen mi segundo relato a ver que les parece.
Tres aprobados y un notable.
Dedicado a Marta. - Su exámen final ha sido un desastre.
- No es capaz de aplicar la fórmula más sencilla.
- En inglés va muy retrasado apenas sabe vocabulario.
Estas opiniones nada favorables, eran emitidas en la Junta de Profesores dónde se evaluaba de forma global a los alumnos.
- "Debe volver a repetir curso para ponerse a la altura de los otros" era la funesta sentencia.
Pero la profesora de Literatura no había hablado y carraspeó para dar a entender que algo tenía que decir.
Era una mujer de unos cincuenta años que conservaba mucha belleza, de porte conservador, con el cabello moreno que le llegaba hasta los hombres y con aire seguro. Su ojos castaños denotaban algo de emoción, bebió un poco de agua mientas captaba la atención de todos sus compañeros. Habló con autoridad:
- No tratamos, no, de un vago patán o de un chico problématico más bien lo contrario. Montoya (que así se llamaba) es retraído, no parece que tenga amigos quizá porque su acné produzca rechazo, ellos son así, pero es y eso lo garantizo; sensible y capaz de mucho más.
Tras una medida pausa continuó:
- Tampoco es mi mejor alumno ya que le he puesto un notable pero algo debe decirnos esta calificación rodeada de notas deficientes en el resto de materias excepto gimnasia.
Sus comentarios de texto tampoco son los mejores pero sí son con muchos los más emotivos y originales.
La indulgencia de sus palabras parecían estar cambiando el ánimo de todos.
- En fin (aquí ya con cierta tensión en su voz) este muchacho se merece una oportunidad y no debe bajo ningun concepto volver a repetir. Por favor, nunca antes se lo había pedido, necesito que le den tres aprobados para que con mi notable pase de curso ¿que me dicen?
Silencio pero se oían ligeros movimientos.
- Se lo ruego démosle tres aprobados más.
- Esta bien, dijo al fin el profesor de inglés, por mi parte no hay problema y le pondré el aprobado.
A él se sumaron los de física y latín.
Poco después los alumnos recibieron las notas y Montoya vió asombrado sus calificaciones: Un notable y tres aprobados en las asignaturas importantes, por tanto pasaba de curso.
Al año siguiente el dibujo técnico se sustituía por una inútil asignatura (así era calificada por el director del centro) de dibujo artístico.
Por una feliz casualidad la clase era posterior a la de Literatura y se pensó en el primer día de curso juntar las dos horas. Las dos profesoras seleccionaron un poema.
Lo Fatal de Ruben Darío.
"Dichoso el árbol que es apenas sensitivo
y más la piedra dura porque esa ya no siente
(...)
Declamaba la profesora de Literatura a todos su alumnos.
Tras un pequeño análisis de la célebre poesía pidieron que cada uno plasmara en un dibujo lo que sentía con aquellos versos.
La mayoría no vacilaba y se ponían a dibujar el más pensativo era precisamente Montoya y el último en ponerse a esbozar línas con su lápiz 2HB que siempre utilizaba. Era el único que no miraba lo que hacía el resto de sus compañero y trabaja sobre lo que parecía una idea clara.
Tras entregar los dibujos las dos profesoras quedaron sólas para valorar las obras.
Empezaron a ver mediocres realizaciones y la profesora de Literatura fingió interés.
Llegaron al dibujo de Montoya.
Ya no se veían líneas mal trazadas ni colores de rayajos, los lapiceros habían sido utilizados al máximo de su rendimiento por una mano que sabía expresar. Varios caminos conducían a la muerte magistralmente reflejada; pero en todos ellos estaba la esperanza que otorgaba poder elegir cualquiera de los caminos, existía pues el libre albedrío aunque condicionado; había dolor pero también alegría.
Era indudablemente un notabilísimo dibujo muy superior al resto cómo en seguida recocieron ambas maestras.
Posteriormente con óleo, acuarela o carboncillo el alumno hacía las mejores composiciones con gran diferencia y la calificación era de sobresaliente.
Paulatinamente en ese curso su notas empezaron a mejorar y alcanzar en la mayoría un aprobado.
En la última clase de ese curso el profesor de inglés le dijo:
- Montoya, aún me acuerdo de la defensa que de tí hizo la profesora de Literatura gracias a ella no repetiste curso.
Sintió un gran agradecimiento pero su carácter tímido le impedía manifestarlo y mucho menos a ella. Sin embargo por casualidad se encontró con su protectora antes de las vacaciones.
- Ah, Montoya ¡ahora a pasarlo bien que este curso has mejorado mucho!
- Sí, contestó el retraído muchacho sin atraverse a darle las gracias por la intervención que sabia había tenido.
- Creo, dijo la profesora, que podrías ser un buen escritor y que tienes mucha sensibilidad, siempre para lo que me necesites me tendrás.
Montoya comprendió y al fin fue capaz de emitir un gracias sincero y salido del corazón.
No importaba lo que fuera el día de mañana porque aquella montaña de dones, sentimientos y conocimientos poco prácticos que algunos llaman cultura, habían adquirido sentido en esa Junta de Profesores y, había sido salvado.
FIN.Oriafontan.